Un Hecho Asombroso: Para atraer la atención hacia la paz mundial en una forma poco usual, en 1973 Patrice Tamao, de la República Dominicana, permitió que lo crucificaran mientras miles de personas lo observaban. Ante los ojos de los televidentes, Tamao hizo que atravesaran sus manos y pies con tres clavos de acero inoxidable de seis pulgadas -se proponía permanecer 48 horas en la cruz. Tras 20 horas, pidió que lo bajaran por haber desarrollado una infección .
Jesús dijo a sus discípulos, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). Más tarde, el apóstol Pablo repitió este tema. “Con Cristo estoy crucificado y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Desde el tiempo del sacrificio de Cristo hasta el presente, muchos han buscado mostrar su devoción a Jesús, asegurarse su propio perdón o hacer alguna declaración pública siendo crucificados. En 1965, en Kenia, Daniel Waswa obligó a su esposa a crucificarlo “por los pecados de todos los kenianos”. Después de obedecer renuentemente, su esposa se desplomó y murió -aparentemente por el shock . Daniel fue rescatado por vecinos, pero luego murió a causa de una infección. ¿Requiere el Señor esta clase de fanatismo literal cuando nos invita a tomar nuestra cruz y seguirle?
Para entender mejor estos pasajes profundos sobre la cruz, necesitamos examinar la única historia de la Biblia donde encontramos una narración escalofriante de este temido método de ejecución. Cuando examinamos los relatos de la crucifixión en los evangelios, notamos rápidamente que Jesús no murió solo. Otros dos hombres fueron “crucificados con Cristo”ese día.
Numerosas lecciones pueden derivarse de la experiencia de los ladrones que murieron al lado del Salvador - especialmente del que lo aceptó. Los cuatro evangelios señalan que dos ladrones fueron crucificados con Cristo, pero sólo Lucas narra la historia del ladrón arrepentido quien se volvió a Jesús en las horas finales de su vida. Empecemos revisando este conocido fragmento: “Llevaban también a dos malhechores para ser muertos con él. Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, lo crucificaron allí. Y a los malhechores, uno a su derecha y otro a la izquierda. ¼ uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:¿No eres tú el Cristo? Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. Pero el otro lo reprendió, diciendo: ¿Ni aún temes a Dios, tú que estás en la misma condenación? A la verdad, nosotros padecemos justamente, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; pero éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Señor,acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:32, 33, 39-43).
Sólo Dos Opciones
Estos dos ladrones representan los dos grandes grupos de personas que han existido y existirán -los salvos y los perdidos, los justos y los malvados. En su parábola más famosa, Jesús los compara con ovejas y cabritos (Mateo 25:31-46). El Hijo del Hombre colocó las ovejas (los justos) en su mano derecha y los cabritos (los malvados) en su izquierda. Como en la Biblia la mano derecha representa ser favorecido (Mateo 26:64; Hechos 2:32,33), creo que el ladrón que fue salvo estaba a la derecha de Jesús.
Observe como estos dos hombres condenados representan a toda la raza humana:
Ambos eran culpables de rebelión, asesinato y robo. “Por cuanto todos pecaron y han caído de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Nos hemos rebelado contra la voluntad de nuestro Creador, hemos asesinado en nuestros corazones y robado a Dios el tiempo, recursos y talentos que nos ha prestado.
No podían hacer nada para salvarse ellos mismos. Imagínelos colgados allí, desnudos, con sus manos y pies clavados sin misericordia a una cruz. No puedo pensar en dos individuos que hayan estado tan indefensos para rescatarse ellos mismos. Nosotros somos tan incapaces de salvarnos por nuestras buenas obras como lo fueron aquellos dos ladrones de escapar de la cruz.
Tenían igualdad de oportunidad de ser salvos. Aunque imposibilitados de salvarse a sí mismos, estos dos hombres se hallaban ante la presencia inmediata del mayor generador de amor y poder en todo el universo. Pero la salvación no se obtiene por osmosis. Para recibir auxilio, primero tenían que acercarse con fe y pedirle ayuda. Nosotros también estamos siempre ante la presencia del Salvador; sólo nos separa una oración (Salmo 139:7). Pero muchas almas se perderán sin necesidad, aún con la esperanza y el deseo de ser salvos, por no haber realizado una sencilla petición.
Creyendo la Evidencia
Todos somos salvos por la fe y la verdadera fe está basada en evidencia. De lo contrario, sería simplemente una suposición ciega e imprudente. El día de la crucifixión se manifestó abundante evidencia para demostrar que Jesús era el Hijo de Dios.
Después que las tres cruces fueran alzadas y se disipara la conmoción asociada a la crucifixión, la Biblia relata que al principio ambos criminales se unieron a la multitud para burlarse de Jesús. “También los ladrones que estaban crucificados con él lo injuriaban” (Mateo 27:44). Pero según las horas agonizantes transcurrían, el ladrón de la derecha comenzó a reflexionar sobre su vida desperdiciada y su futuro sin esperanza. A medida que se sometió y humilló, el Espíritu Santo empezó a penetrar el corazón contrito del hombre urgiéndole a considerar la manera noble en que Jesús soportaba aquel sufrimiento. En la mente del ladrón surgió una convicción creciente de que tal vez el que estaba colgado a sólo unos pies de distancia era un hombre fuera de lo común. Considere los siguientes puntos:
• El ladrón seguramente había escuchado sobre los muchos milagros de Jesús. Casi todos los habitantes de Palestina en aquel tiempo -desde Herodes en su trono hasta el más humilde mendigo en la calle- habían escuchado sobre las maravillosas obras de misericordia realizadas por este carpintero de Nazaret. Hasta el conocido historiador judío Flavio Josefo habló de los increíbles milagros ejecutados por Jesús.
• Cuando Poncio Pilato presentó a Barrabás y a Jesús ante la gente, el ladrón debe haber notado el marcado contraste entre el líder enojado y el gentil Salvador. Probablemente escuchó a Pilato preguntar: “¿Qué, entonces, haré de Jesús, llamado el Cristo?” (Mateo 27:22). Pero aún más importante fue la confesión de Pilato: “Ningún delito hallo en este hombre” (Lucas 23:4).
• Posiblemente logró escuchar entre la multitud a muchos creyentes hablando acerca de los milagros y grandes obras de Cristo.
• El villano escuchó a Jesús perdonando a sus enemigos. Era un reflejo casi involuntario combatir, luchar y maldecir cuando los clavos traspasaban las manos y los pies. Pero el hombre arrepentido escuchó claramente a Jesús decir : “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Como un cordero llevado al matadero, el Mesías no ofreció resistencia (Isaías 53:7).
• Vio a los soldados romanos al pie de la cruz, echando suertes por la vestimenta de
Jesús, en cumplimiento directo de la profecía mesiánica del rey David: “Repartieron mis vestidos entre sí y sobre mi túnica echaron suerte” (Salmo 22:18).
• Fue testigo de la oscuridad sobrenatural que descendió sobre la tierra el mediodía de un día de primavera (Mateo 27:45).
• Leyó la inscripción encima de la cabeza de Jesús, la cual declaraba: “Este es el Rey de los judíos” (Lucas 23:38).
Mientras la evidencia de la naturaleza divina de Jesús continúa aumentando, el ladrón a su diestra siente el poder del Espíritu Santo. Existe sólo un veredicto lógico. El tan esperado Mesías, el Rey de Israel, está colgado a su lado en una cruz. Él es el que vino a cumplir la famosa profecía: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos sanados. ¼ Se dispuso con los impíos su sepultura. ¼ y fue contado con los perversos, cuando en realidad él llevó el pecado de muchos y oró por los transgresores” (Isaías 53: 5,9,12).
De alguna manera este ladrón comprende que Jesús está sufriendo por “los pecadores” y reconoce que él está en esa categoría. En el libro clásico El Deseado de Todas las Gentes leemos: “Poco a poco se fue eslabonando la cadena de la evidencia. En Jesús magullado, escarnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su alma desamparada se aferraba de un Salvador moribundo”(Capítulo 78/El Calvario).
El criminal de la izquierda se une a las mofas del gentío y grita: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39). Pero el ladrón arrepentido sabe que está muriendo, que no tiene nada que temer y ahora habla en defensa de Jesús. Volviéndose a su cómplice anterior, pregunta: “¿Ni aún temes a Dios, tú que estás en la misma condenación? A la verdad, nosotros padecemos justamente, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; pero este Hombre no hizo ningún mal” (Lucas 23: 40,41).
Puedo casi imaginar un manto de silencio arropando a la muchedumbre burlona mientras escuchaban este intercambio verbal inusitado.Entonces, de los labios resecos y temblorosos del ladrón arrepentido, salen sus últimas palabras. En tono triunfante y claro clama: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (versículo 42). Su famosa súplica comienza con “Señor” y finaliza con “reino”. No clama por justicia, sino por misericordia.
El “Si” Mortal
Por favor, no pierda de vista el hecho de que ambos ladrones deseaban ser salvos. Pero el ladrón a la izquierda no tenía una fe salvadora. El dijo: “Si tú eres el Cristo.”
“Si” es una palabra neutralizadora y condicional cuando oramos al Señor del Universo. Cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto, reveló su identidad al decir “Si eres del Hijo de Dios” (Mateo 4:3). Sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6) y la palabra “si” contrarresta la fe de una persona.
Como la mayor parte de la gente, el ladrón de la izquierda deseaba salvación del castigo del pecado, pero no del castigo en sí. Carecía de una fe salvadora. Jesús dice, “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).
La historia del ladrón en la cruz nos presenta un microcosmos del plan de salvación. En unos pocos versículos (Lucas 23:40-43) vemos como el ladrón creyente atraviesa todos los pasos básicos para la salvación y experimenta todos los elementos necesarios para la conversión.
Vio a Jesús levantado. Su promesa es, “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).
Creyó en Cristo como el inmaculado Cordero de Dios -el perfecto sacrificio expiatorio. “Este Hombre no ha hecho nada malo” (Lucas 23:41).
Se arrepintió de sus pecados y confesó su culpa. “A la verdad, nosotros padecemos justamente, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (versículo 41).
Testificó públicamente, sin temor a las burlas, que Jesús era su Rey y Señor. “Señor, ¼ tu reino” (versículo 42).
Pidió perdón. “Señor, acuérdate de mí” (versículo 42).
Sufrió con Jesús.
Murió con Cristo y en Cristo.
Hambriento para Salvar
A ún sufriendo la agonía más intensa que pueda imaginarse, Jesús nunca dejó de escuchar un clamor de ayuda sincero. Respondiendo a la súplica desesperada “Señor, acuérdate de mí” , Jesús dice: “¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho y no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré. En la palma de mis manos te llevo esculpida” (Isaías 49:15,16).
En esencia, Jesús estaba diciendo, “¿Cómo puedo olvidarte si estoy aquí colgado por ti?” El diablo pudo clavar sus manos amorosas en un árbol, pero no pudo impedirle al Salvador dar salvación. La petición sincera de este ladrón moribundo fue el único destello de luz al que se le permitió penetrar la oscuridad y sufrimiento que envolvía a Jesús. El Mesías respondió con amor, compasión y poder. “De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
En los momentos finales de vida en la cruz, el Padre concedió a su Hijo el regalo de ver a este criminal miserable transformado en un alma redimida por la eternidad. Para Jesús, fue la confirmación bendita de que Su vida y sacrificio no serían en vano.
Colgado en la Fe
Después que Jesús dijo, “Estarás conmigo en el paraíso” , una paz maravillosa inundó el alma atribulada del ladrón arrepentido. Creo que hubo un cambio notable en su semblante. Una inmensa calma lo arropó cuando la terrible carga de todos sus pecados fue levantada de su corazón y transferida al Cordero de Dios a su lado.
Momentos más tarde, Jesús exclamó: “¡Consumado está!” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Juan 19:30; Lucas 23:46). “Y el centurión que estaba frente a Jesús, al ver que había expirado así, dijo: ¡Realmente, este era el Hijo de Dios!” (Marcos 15:39). El testimonio espontáneo de este soldado romano sirvió para confirmar que el ladrón en la cruz no fue el único en comprender la verdad de la divinidad de Cristo.
El peso de la evidencia era contundente, pero Dios siempre permite algún espacio para la duda. Tras la muerte de Jesús, el ladrón penitente se quedó solo para hacer frente a la multitud burlona. Aunque su cuerpo todavía estaba suspendido por clavos, su alma pendía por fe en la palabra de su Redentor. A veces nosotros también debemos confiar nuestra salvación a un Salvador silente.
¿Hoy en el Paraíso?
No podemos estudiar legítimamente la historia del ladrón en la cruz sin dedicar algunas líneas para explicar una interpretación erronéa frecuente. Al leer la promesa de Cristo al ladrón en Lucas 23:43, muchos concluyen que el criminal redimido fue con Jesús ese día al Paraíso. Pero sabemos que no es cierto pues Jesús no fue ese día al Paraíso. Después de la resurreción, Jesús apareció ante María y cuando ella se agarró a sus pies en adoración, El le dijo: “No me detengas, porque aún no he subido a mi Padre” (Juan 20:17 NVI).
Entonces, ¿por qué dijo Jesús, “hoy estarás conmigo en el Paraíso”? ¡La respuesta es que no lo dijo! El idioma griego original carece de signos de puntuación, lo cual significa que los traductores colocaron la coma en el lugar equivocado.
Debería leer, “De cierto, te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”. El énfasis estuvo en la palabra “hoy”. En otras palabras, El dijo al ladrón: “Te prometo hoy, aunque no luzco como un victorioso Rey y Señor, que habrá un lugar reservado para ti en mi reino.”
Muerto al Pecado
Como una broma, un amigo me envió un certificado de regalo para “una visita gratis al infame Dr. Jack Kevorkian”, mejor conocido como Dr. Muerte. Algunos están tan agobiados por el dolor que prefieren cometer suicidio a continuar viviendo con dolor.
En un sentido, suicidio es exactamente lo que significa estar “crucificado con Cristo”. Sin embargo, la solución al problema del pecado no es el suicidio físico, sino el suicidio del ego. Pablo dice, “Porque el que ha muerto, queda libre del pecado” (Romanos 6:7). Los muertos no se ofenden ni pierden el control de su temperamento. Los muertos no actúan con egoísmo ni abrigan resentimiento ni rencores. Dietrich Bonhoeffer dijo, “Cuando Cristo llama al hombre le ordena: ven y muere.”
La Palabra de Dios declara: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y malos deseos” (Gálatas 5:24). En Romanos 6:11, leemos “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.”
A.W. Tozer dijo, “El hombre con una cruz no controla ya su destino; perdió el control al levantarla. De inmediato, esa cruz se torna en un interés que lo cautiva, una interferencia abrumadora. No importa lo que desee hacer, sólo hay una cosa que puede hacer; moverse hacia el lugar de la crucifixión.”
Las Cicatrices del Pecado
Muchos años atrás, Karla Fay Tucker se convirtió en la primera mujer en ser ejecutada en Texas desde la Guerra Civil. Mientras esperaba su ejecución tras ser sentenciada a muerte por un horrendo asesinato, experimentó una conversión total y fue una prisionera ejemplar. Hasta llegó a ser perdonada por la familia de la víctima, pero aún así se le aplicó la inyección letal según programado.
No debemos perder de vista que el aceptar a Jesús no siempre remueve las consecuencias de nuestros pecados ni borra las feas cicatrices. El resultado de nuestros pecados frecuentemente permanece por mucho tiempo más después de hacer sido perdonados. En este aspecto, el ladrón arrepentido en la cruz vuelve a ser un ejemplo apropiado. El perdón de Cristo no lo libró de una muerte agonizante en la cruz. La salvación que recibió ese día fue la salvación del castigo final por el pecado, no de sus consecuencias en esta vida.
Conversiones en el Lecho de Muerte
¿Sabía que esta es la única historia en la Biblia sobre una “conversión en lecho de muerte”? Este ejemplo se registra de modo que ninguno pierda la esperanza de salvación -aún al final; pero sólo hay un ejemplo para que nadie se descuide y suponga que es seguro esperar hasta el final amargo. Estoy convencido de que una de dos cosas suceden a los que intencionalmente planifican volverse a Jesús en las últimas horas de sus vidas. O nunca pueden, o nunca lo harán.
Decir, “Le daré mi vida, fuerzas y recursos al diablo y en los efímeros momentos finales de mi existencia terrenal me entregaré a Dios” es el mayor insulto que un mortal pueda brindar a Dios. Es como ofrecer a su consorte un tallo de rosa lleno de espinas después que la flor ha perdido todos sus preciosos y aromáticos pétalos.
El arrepentimiento es un regalo de Dios (Hechos 5:31; 2 Timoteo 2:24,25). No podemos predecir cuando vamos a arrepentirnos. Si a lo largo de nuestra vida hemos despreciado las invitaciones amorosas del Espíritu Santo, puede que cuando llegue el fin, descubramos que tanto hemos afligido al Consolador que ya hemos perdido nuestra capacidad para el arrepentimiento. “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3) . También existe la posibilidad genuina de una muerte repentina y sin aviso. Entonces ya no podríamos arrepentirnos.
Comenzando en la Cruz
Hace algunos años, el oficial Peter O'Hanlon patrullaba de noche en el norte de Inglaterra cuando escuchó un sollozo tembloroso. Al voltearse, vio entre las sombras a un niño pequeño sentado en un escalón. Con lágrimas rodando por sus mellijas, sollozaba, “Estoy perdido. Por favor, lléveme a casa.”
“¿Dónde vives, niño? ¿En qué calle?”, preguntó el policía.“No lo sé,” gimió el niñito.
El policía comenzó a mencionar nombres de las calles, tratando de ayudarlo a recordar dónde vivía. Cuando esto falló, repitió los nombres de tiendas y hoteles del área, sin éxito alguno. Entonces recordó que en el centro de la ciudad había una iglesia muy conocida con una gran cruz blanca en la parte superior que sobresalía sobre el paisaje circundante. Mencionó esto y preguntó, “¿Vives cerca de allí?”
La cara del niño se iluminó de inmediato. “Sí, señor, lléveme a la cruz. ¡Puedo encontrar el camino a casa desde allí!” Nunca encontraremos el camino al hogar celestial si no comenzamos nuestro viaje desde el pie de la cruz. ¿Ha hecho su decisión de tomar su cruz y seguir a Jesús?
Mucho tiempo atrás, en un monte rocoso a las afueras de Jerusalén, tres prisioneros políticos fueron ejecutados; pero existía una gran diferencia entre ellos. Uno murió al pecado, uno murió en pecado y Uno murió por el pecado. Cristo murió por nuestros pecados. Ahora debemos escoger si moriremos en nuestros pecados o si, por fe en Jesús, moriremos a nuestros pecados.